miércoles, 6 de febrero de 2008

VAPOR...



Me gusta el coco, defintivamente. Hace mucho que lo sé, pero hoy lo he recordado no sé bien por qué razón. Un dulzor en el aire, la risa al sol, la ilusión por un pequeño viaje, tal vez la carta que guardé. ¿Por qué motivo asocio a menudo, a la gente a un determinado olor?, e incluso a un color, pero otro día ya hablaré de ésto.

Mmmm... y un saborcito dulce y meloso embargó mi paladar y todo mi cuerpo. Y recordé, una cocina, unas manos menudas removiendo la mantequilla de forma agitada porque se fundía lentamente.
El aroma a la leche hervida en un bol. Las galletas del desayuno o de la merienda especial. "Dalia", creo recordar, no podían ser otras decía, pues embebían demasiada leche.

El batir las claras a punto de nieve y preguntar una y otra vez por qué ponía una pizca de sal. Decantar el plato para ver si se caían y comprobar maravillada que no.
Abrir los ojos, expectante para que me dejara amasar. Dejar ir el coco, simulando la caida de copos de nieve en un mar de yemas de huevo, mantequilla líquida y azúcar .
Hacer olas con la masa, dibujar crestas doradas que cubrian la arena, mojada ya. En realidad, eran las galletas empapadas en la leche fría!, pero me gustaba jugar.

Disponerlas alineadas era para mí casi una obra de ingeniería. Verticales, como fichas de dominó, una tras otra y en el centro las crestas de ola, ahora planitas para evitar la caida, perfectamente dispuestas como unos libros en algunas vitrinas y comprobar con una sonrisa pícara , que no se caían. Y finalmente, cubrir el pastel con la clara montada y ver caer de nuevo, los dulces copos de nieve.

Unos pasos incipientes y leves, como el vapor que delicadamente se escapa en un guiso, como la dulce neblina, que se ha filtrado hoy hasta mi mente...




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